Como tantas otras veces andaba yo pensando en mi particular visión de las cosas, en concreto en que como veo yo la vida y con qué tipo de cristal me dedico a enfocarla. Y os lo cuento en forma de ... cuento!
Érase una vez una niña con mente alocada, tal vez mal colocada. Tenía la suerte de vivir en una pequeño pueblo donde los años los medían en función a los pensamientos diríase..”infantiles” o como alternativa, en base a la buenas experiencias vividas, podías elegir. Esta niña en concreto era de corta edad puesto que eligió los pensamientos, asegurándose prácticamente una vida eterna. .
Vivía en una casita hecha de malta, así si tenía sed sólo tenía que lanzar un vaso de agua al techo y sacar la lengua, al momento la cerveza corría por sus venas, y eso posiblemente lo dijera Ramoncín y no ella.
Se levantaba cada mañana con sus paranoias varias, cogía el libro de la vida de la parte de la estantería sobre la etiqueta “absurdo” (era el único que había) y al bosque se iba a pasear con su gorro gris de lana, su bufanda de colores, y su San Bernardo al cual cargaba con dos litros de Franziskaner. Y cada día hacía lo mismo y es que esto es un cuento y el pueblecito en cuestión no daba más ni de ancho ni de largo que un folio, así de pequeño era y así de grande lo puedes ver si quieres.
Tralarí, tralará camino de una de las esquinas ella va.
Tenía la costumbre de parar a descansar en un árbol añejo , un tanto reseco de corteza y más rechoncho que los otros, tanto que le era imposible rodearlo con los brazos, pero bajo su sombra descansaba tranquila y como el árbol era de poco replicar, bla bla bla que se tiraba todo el día la niña venga a cascar sin parar. Lo que a ella no le gustaba era que parecía que tenía poco vida, un tanto sosillo este árbol pensaba para sus adentros… así que decidió cuidar de él cada mañana regándolo, abonándolo, previniéndolo contra plagas de sormormujos de cabeza plana, etc.. Un día la niña, harta de escucharse se dedicó a escudriñar en el tronco y descubrió un agujero, era bastante grande así que se dedicó a meter por allí todo tipo de cosas, era su sitio secreto y el árbol parecía contento de que lo usaran para estos menesteres también.
Con el tiempo el árbol fue floreciendo de nuevo y se hizo enormemente grande, sacaba todo tipo de hojas y de flores, algunas un tanto exóticas, así que la niña estaba orgullosa de su trabajo, pero aaaaaayyyyy marramamiau!! Cierto día, aburrida de hacer siempre lo mismo quiso ver más allá, así que subió a sus ramas y cuando trepó hasta lo más alto, miró hacia abajo y se dio cuenta de que formaba parte de un gran libro, el árbol estaba plantado justo en medio de dos hojas, la suya era la impar, así que lloró y lloró por toda la eternidad sin parar.
Érase una vez una niña con mente alocada, tal vez mal colocada. Tenía la suerte de vivir en una pequeño pueblo donde los años los medían en función a los pensamientos diríase..”infantiles” o como alternativa, en base a la buenas experiencias vividas, podías elegir. Esta niña en concreto era de corta edad puesto que eligió los pensamientos, asegurándose prácticamente una vida eterna. .
Vivía en una casita hecha de malta, así si tenía sed sólo tenía que lanzar un vaso de agua al techo y sacar la lengua, al momento la cerveza corría por sus venas, y eso posiblemente lo dijera Ramoncín y no ella.
Se levantaba cada mañana con sus paranoias varias, cogía el libro de la vida de la parte de la estantería sobre la etiqueta “absurdo” (era el único que había) y al bosque se iba a pasear con su gorro gris de lana, su bufanda de colores, y su San Bernardo al cual cargaba con dos litros de Franziskaner. Y cada día hacía lo mismo y es que esto es un cuento y el pueblecito en cuestión no daba más ni de ancho ni de largo que un folio, así de pequeño era y así de grande lo puedes ver si quieres.
Tralarí, tralará camino de una de las esquinas ella va.
Tenía la costumbre de parar a descansar en un árbol añejo , un tanto reseco de corteza y más rechoncho que los otros, tanto que le era imposible rodearlo con los brazos, pero bajo su sombra descansaba tranquila y como el árbol era de poco replicar, bla bla bla que se tiraba todo el día la niña venga a cascar sin parar. Lo que a ella no le gustaba era que parecía que tenía poco vida, un tanto sosillo este árbol pensaba para sus adentros… así que decidió cuidar de él cada mañana regándolo, abonándolo, previniéndolo contra plagas de sormormujos de cabeza plana, etc.. Un día la niña, harta de escucharse se dedicó a escudriñar en el tronco y descubrió un agujero, era bastante grande así que se dedicó a meter por allí todo tipo de cosas, era su sitio secreto y el árbol parecía contento de que lo usaran para estos menesteres también.
Con el tiempo el árbol fue floreciendo de nuevo y se hizo enormemente grande, sacaba todo tipo de hojas y de flores, algunas un tanto exóticas, así que la niña estaba orgullosa de su trabajo, pero aaaaaayyyyy marramamiau!! Cierto día, aburrida de hacer siempre lo mismo quiso ver más allá, así que subió a sus ramas y cuando trepó hasta lo más alto, miró hacia abajo y se dio cuenta de que formaba parte de un gran libro, el árbol estaba plantado justo en medio de dos hojas, la suya era la impar, así que lloró y lloró por toda la eternidad sin parar.
2 comentarios:
A las niños nunca les ha gustado eso de compartir, y las niñas menos. Muy buena la moraleja del cuento.
Un extenso manto de cesped poblado de miles de flores de colores y casitas de pájaros para que aniden en su parte del arbol y que la niña cante delante de él, dando vueltas con las nubes y podrá ser como Heidi. Una niña felíz que contagia su alegría a todo ser viviente que tenga a su lado.
Podrías hacer la segunda parte del cuento..
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