8 de septiembre de 2008

El niño de las canicas

El niño de las canicas llegó una tarde a mi casa con un montón de ellas en un frasco de cristal. Yo era muy pequeña y él no mucho más mayor. Sacó algunas del frasco, me las regaló, y creo que desde entonces me quedé enganchada a las canicas de colores y a aquel niño cuya sonrisa de comodín me iluminaba los veranos y las tardes de juegos.

Sus bromas eran siempre las más graciosas, sus ojos los más brillantes, y su nombre mi mejor talismán. Recuerdo una de las muchas tardes de playa que pasamos juntos. Él, un niño estirado en la orilla, dejando que las olas le acariciaran, con los ojos cerrados. Y yo imaginándome que era un náufrago caído de algún barco y que mi familia lo adoptaba, y vivíamos juntos y nos acabábamos enamorando.

Aprendí a enamorarme con aquel náufrago que me hacía reír, y aún sonrío al recordar a ese niño, porque durante muchos años me hizo ver el mundo más brillante, como si fuera una enorme canica...

1 comentarios:

Naida dijo...

Cuantos colores tiene esta historia....

Tenemos que hablar...