He oído decir que hace siglos, en algún lugar, existió una civilización de hombres y mujeres de piel roja que poseían el extraño don del vuelo. Se desplazaban rasgando nubes en grupos compactos sin separarse del guía, hasta que un hombre rojo, atraído por el calor del Sol, se alejó de sus compañeros y llegó casi a rozar el astro, de manera que los rayos solares fundieron en su piel el oro líquido. Regresó convertido en un hombre amarillo. En el grupo aquello no sorprendió demasiado, ni tampoco el que al cabo de algún tiempo aparecieran bebés de piel anaranjada.
Fue la curiosidad lo que empujó a una mujer roja a viajar sola hacia lugares donde el mar se cubría de gigantescas moles de hielo. Se bañó en sus aguas, y las gotas marinas impregnaron su piel de un azul intenso. A su regreso, tampoco se dio importancia a la diferencia de color, ni fue motivo de alarma el nacimiento de bebés de piel verde.
Y así fueron surgiendo hombres y mujeres de diversos colores: verdes, azules, amarillos, lilas, naranjas... Un mosaico de tonalidades en perfecta armonía. De vez en cuando emigraban a nuevos territorios. Era un espectáculo impresionante la curva de colores casi perfecta que entonces atravesaba el cielo. A la Naturaleza le gustó aquel fenómeno y lo patentó llamándolo arcoiris. Intuyó que aquella diversidad era buena y acompañó al arcoiris con la lluvia que haría germinar las tierras.
Los hombres y mujeres de nuestro tiempo hemos perdido la capacidad del vuelo, y en gran parte la de la tolerancia, pero aún celebramos la aparición del arcoiris, aunque sea con una simple sonrisa.
La diversidad trae la alegría.
La diversidad trae la alegría.
1 comentarios:
Como siempre, me quito el sombrero!! Que bonito!
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