Un día volviendo del trabajo, me encontré a un hombre pequeñito saliendo de una cañería. No medía más de quince centímetros, y tenía el flequillo largo y camisita a cuadros. Cogiéndolo por la camisa lo zarandeé en al aire, lo metí en el coche, y lo senté en el apoyabrazos. Como no tenía radio, el chiquitín me cantaba.
Nos hicimos grandes amigos: me ayudaba a leer la letra pequeña de los contratos, para que no me estafaran, recogía las migas de la mesa, se las comía y eructaba después, y se escurría hasta los rincones donde no llegaba la escoba.
Todo iba bien hasta aquella tarde en que el pequeñajo, revolviendo en mis juguetes de niña, se encontró a una Barriguitas y la pidió en matrimonio. A mí me pareció bien y pasamos a ser un trío de amigos. La Barriguitas era también peculiar: de barriguita sólo tenía el nombre, porque naturalmente era un objeto inanimado y el chiquitín no la podía embarazar, aunque me consta que lo intentó varias veces.Con el tiempo, el enano empezó a dar largos paseos por la ciudad, y venía tan cansado que al llegar a casa metía los pies en dos dedales de agua caliente, y hablaba con su mujer, que dicho sea de paso, nunca le respondió. Como me daba pena verlo así de exhausto, le construí un coche pequeñito, con 5 marchas, y se hizo el amo de la autopista.
Ahora mi amigo y la Barriguitas estarán conduciendo en el cochecito (con el cinturón puesto) por algún lugar desconocido, ya que tan pronto tuvo el coche el muy descastado aprovechó para robarme las joyas, meterlas en el maletero y lanzarse a correr mundo. No he vuelto a saber de él... ... Si ya lo dicen, que el veneno viene en frascos pequeños...
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