En la “Churrería Jiménez” los churros se vendían como churros porque no les hacía falta fingir, eran buenos y dulces, aunque al principio algunos más dulces que otros…
En todos los rebaños siempre hay una oveja que despunta, es la que se ríe del perro pastor, o la que se esquila ella misma la lana para venderla en mercerías… Pero estamos hablando de churros, y entre los churros también apareció uno especial, que veía como una injusticia el que a unos churros les cayera más azúcar que a otros.
Era el churro bandolero, que empezó a robar el azúcar a los churros ricos para dárselo a los pobres. Como no tenía caballo, se montaba en su chucho de crema y controlaba a los churros antes de que se metieran en la bolsa: los cacheaba y si eran muy dulces (de esto se daba cuenta porque le hacían ojitos, o le llamaban “churrito chulito”), les quitaba un poco de azúcar para dárselo a churros más sosos.
A partir de ese momento, millones de clientes acudieron
a esa churrería porque nunca encontraban un churro más dulce que otro.
El secreto de la boticaria - Sarah Penner
Hace 2 meses
2 comentarios:
Precisamente yo también soy fanática de Churro Jimenez y su gran amigo Paquito Chocolate-ro. Qué buena gente son!!
Mamma Mía!! Como se nota que vas a ser una música de musa loca! Me he reído un montón!! hacía tiempo que no leía una historia tan extravagante y se echaban de menos...
Hay que ponerse más pilas!!!
Por favor, puede tomar nota??? una de extravagancias acompañadas de Churro Jiménez ensucrado!
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