28 de octubre de 2008

Al borde del precipicio


Un nuevo día. Mi sueño se ve truncado por el cíclico sonido del despertador, a pesar de ello lo agradezco, porque aunque no logro recordar lo que estaba soñando, el ahogo y la soledad parece que han dormido conmigo toda la noche. Dios! Dónde está la otra zapatilla? En el lavabo, un espejo cruel y despiadado me devuelve una imagen desoladora, cabellos enmarañados, ojos hinchados... Que injusto es tener, para toda la vida, la misma cara y no poder cambiarla! Al ir a desayunar, miro por la ventana y enormes nubes negras que se entrelazan en un cielo inexistente, pronostican mi día. Parece que el café hoy tiene prisa, tanta que ha intentado fugarse de la cafetera, tirándose en plancha por los fogones y deslizándose por el marmol de la cocina, mientras yo me peleaba con las mangas de mi jersey. Por lo menos gano esta batalla. Un consolador abrazo de mi abrigo es el único que me da algo de aliento para enfrentarme a la realidad. Salgo a la calle y, como parte de la rutina diaria, soy engullida por un enorme dragón, del que entre sus escamas multicolores rugen miles de coches con sus feroces tubos de escape intoxicando mis pulmones.
La lángida luz de fluorescentes me da la bienvenida a mi “lugar de trabajo” pero es una imagen falsa, una ilusión, porque nada mejora. Montañas de papeles hacen fila para reirse en mis narices mientras ellos se dupican sin piedad. La focopociadora, normalmente amiga y sumisa, hoy se revela en mi contra y juega al escondite con papeles arrugados en su interior.
Suena el teléfono, cojo el auricular pero algo me retiene, el cable hecho un nudo quiere que sea yo la que me acerque al aparato, compinchado con la silla que pone sus ruedas en movimiento en el sentido contrario para intentar que conozca el suelo de muy cerca. Suerte que he podido parar el golpe con la cabeza!
Lentas, pero al fin las manecillas del reloj han hecho su recorrido hasta engendrar la tan ansiada hora de salida, para volver a encontrarme con el mismo dragón de la mañana que vuelve a acorralarme, da igual, que se quede con mis pulmones y con todo lo que le apetezca.
Esta vez es la oscuridad de mi casa la que me arropa, aliviando mi existencia, imaginandome por un momento que no estoy, no existo, entonces, nada me puede pasar. Si no hago ruido, si no abro la luz, si me estiro simplemente en la cama dejando pasar el resto del día...
A veces esa sensación de estar en el borde del precipicio y ver que el único camino que tienes es volar es extrañamente placentera.

5 comentarios:

Montse dijo...

No me lo puedo creer!!!

Esta mañana se me ha enredado el cable del teléfono, la silla ha salido rodando en dirección contraria y además ha enganchado el cable de la calculadora y el cliente que estaba al teléfono ha sido testigo de primera fila de como me he escorromoñado en el suelo con el teléfono, la silla y la calculadora, viendo como el rollo de papel de la calculadora corría por todo el despacho. Arghhh

Me ha consolado un poco ver que no sólo a mi me pasan estas cosas.

Besitos encanto

Naida dijo...

Como de nada va a servir que exprese mi opinión sobre este post, me reservo mis pensamientos.

;)

momo dijo...

Por suerte, no me ha pasado todo lo del relato en un sólo día (y menos mal que a tí tampoco, Montse!) aunque sí es una sensación pasajera que en poco tiempo de desvacenerá, o eso espero!!

Naida dijo...

Te pillé Momo!! Aquí no hay que dejar títere sin cabeza

Te toca ampliar el diccionario ...

¿Que es focopociadora?

Ja,ja,ja

Ah!! Te diría que escribes muy bien pero ya sabemos que pasaría

Escarlata dijo...

Yo espero que la lluvia que ha acabado de rematar el día se lleve a las cloacas todo lo que allí pertenece (como estamos todas, yo también tengo el día gris)